martes, 12 de julio de 2011

Mi chapa de Indurain por Juan Luis Saldaña


En mis chapas, Indurain era un pardillo. De hecho, no tenía chapa de cerveza para él y lo puse en una de coca cola de litro y medio que era demasiado ligera y se salía de la carretera a la mínima. Mis padres me compraron dos equipos de pegatinas para las chapas y uno de ellos era el Reynolds de Perico. Indurain era un tipo con la gorra demasiado pequeña y cara de poca cosa, así que fue el que se quedó sin chapa. Mi padre estaba empeñado en que si se rellenaba una chapa con escayola daba mejores prestaciones y no paró hasta que lo hizo con la de Robert Millar. Tenía razón: en terraza iba un poco lenta, pero en alfobra tenía más fiabilidad. El olor de la cerveza se mantenía año tras año cuando, al terminar el colegio, sacaba del armario las chapas para comenzar el tour con la etapa prólogo o la contrarreloj por equipos. Cuando Indurain empezó a ser importante con aquel ataque inesperado en un descenso, empecé a plantearme trasplantarlo a una chapa lisa, bien sacada y sin curva. La operación fue delicada, pero lo conseguí. A partir de entonces, la chapa de Induraín empezó a dejarse ver en las escapadas por la alfombra, en la montaña de cojines, en los puertos con curva de tiza de colores de la terraza. Un día, casi sin darme cuenta, la chapa de Induraín ganó a la de Álvaro Pino que, en un gesto de esfuerzo típico de escalador, se parecía mucho a Perales cantando aquello de "a qué dedica el tiempo libre". Perales, el tiempo libre lo dedica a zumbarse a tu mujer. Está claro. Después, la chapa de Indurain le ganó un etapón a Perico y llegó el dominio absoluto. Luego apareció Prudencio Induraín que ahora va como número 15 en la lista de UPN al parlamento navarro, pero esa sí que es otra historia.

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